PIENSO, luego existo...

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martes, 24 de agosto de 2010

El peligro de abrazar

Es posible que al rato de terminar este texto yo vaya a parar por lo menos a la cárcel. Muy posible.


¿Por qué a la cárcel? Ya va, ya va, dejemos que la fruta caiga por madura.

Empiezo por donde se empieza: por el principio. Y digo.

Permiso. Este Caminante Quieto quiere, precisamente, aquietarse, hacer una pausa para suspender el vértigo del limbo cotidiano: el vértigo de las rutinas. Trataré de hacer pie en el sosiego y desde allí le soltaré riendas. Hay ocurrencias que a uno a cada tanto lo alcanzan, después lo abandonan, hasta que otra vez lo alcanzan, y así. La idea central de este relato está en un par de páginas de mi libro La conversación de los cuerpos (1982). Me reapareció en otro libro, Cuerpos abraSados (1984). Finalmente, me alcanzó una vez más en La misa humana (1992). Pero resulta que ahora, concluyendo la primera década del siglo 21, la ocurrencia que creía cancelada me vuelve a través de una sucesión de preguntas. Y no me resisto.

Cuánto hace que...?

A las preguntas las carga la sed. ¿Por qué esta repentina necesidad de compartirlas? No sé explicarlo. De todos modos, convido a que deshojemos algunas, paladeando la lluvia que sucede o la lluvia que debiera suceder. Observemos, por ejemplo, nuestro estar en este mundo: cada vez que damos un abrazo es porque alguien se va o regresa, o para dar sentido pésame, o porque el bendito almanaque nos dice que es Navidad o Año Nuevo, o alguna otra celebración. Siempre abrazo interesado.

¿Cuánto hace que no damos un abrazo de repente, sin motivo alguno, sin explicaciones?

¿Y cuánto que no nos hincamos de asombro para beber el agua?

¿Y cuánto que no comemos nueces con pan a esa hora en que la tardecita es rumiada y mordida despacito por la noche?

A ver: ¿cuánto hace que no reparamos en las venitas del aire?

¿Y cuánto que no lamemos la piel de ese aire compañero, con panero, que nos permite vivir hoy y aguardar el día de mañana?

¿Nos daremos cuenta alguna vez de que la música es el agua del aire?

Cuando hacemos nuestro trabajo, ¿por qué no silbamos mientras tanto?

¿Hace cuánto que no cantamos en el auto o en el colectivo o en el subterráneo o en el avión? ¿Quién, pero quién, dijo que no se puede? ¿Algún código penal? ¿Acaso la sagrada Constitución?

¿Cuánto hace que no decimos "buendía" sabiendo, sintiendo, que el día insiste en ser bueno con nosotros porque nos regala, siempre, otra primera vez del sol?

Descalzos, ¿cuánto hace que no caminamos descalzos por la sucesiva espalda de la Tierra que nos parió?

Y decir lo que pensamos y sentimos, de cuajo, sin calcular las consecuencias y sin mirar a quién, ¿hace cuánto? Mejor preguntado: ¿lo hicimos alguna vez?

No nos detengamos: ¿cuánto hace que no lloramos en voz alta, como lloran los niños, que lloran en voz alta?

¿Y cuánto que no soltamos nuestras manos para que ellas digan el amor que no saben decir las tan pobres palabras?

¿Y cuánto que no abrimos la jaula de nuestro pecho para que nuestro encogido corazón salga por luz con semblante?

¿Y cuándo fue la última vez que nos tomamos el pulso, no para contar latidos sino para sentir y celebrar la sangre que nos viaja por las venas?

Una más: ¿cuánto hace que no apoyamos el oído sobre el pecho indefenso de alguien que duerme en nuestra casa?



¿Civilización? ¿Cordura?

Damas y caballeros, vivimos despilfarrándonos. Vivimos hasta ahí, en cómodas cuotas mensuales. Vivimos porque se usa. ¿Vivimos realmente?

El viejo Serafín Ciruela me suele comentar que nuestro vivir oscila entre la contractura y el estreñimiento. Que andamos por la vida con el malestar de quien usa calzones o calzoncillos dos talles más chicos.

Las anteriores y la preguntita que viene parecen salidas de uno de esos retiros de autoayuda. De todas maneras afrontémosla: ¿estamos vivos mientras vivimos?

No hace falta ser demasiado observador para advertir que vivimos desmayando latidos, desangrando sangre. Si nuestra sangre fuera café, estaríamos hablando de un descafeinado. El descafeinado es una cordial estafa que elegimos. Con ese café, y con la vida misma, hacemos como que.

¿No será que se nos fue la mano con esto de la civilización y la cordura y el sentido común?

¿No será que nos estamos volviendo "comunes" de tanto sentido común?

Vivimos descorazonando a nuestro corazón. ¿Eso significa ser educados?

El caso es que, si nos fijamos bien, respiramos impunemente.

Despilfarradores, desmayadores, desangradores, descorazonadores. Nos quejamos: "¡No hay tiempo para nada!", "los años cada vez vienen más cortos y pasan más rápido". De acuerdo: vienen más cortos, pasan más rápido, uno no termina de hacer la digestión de un fin de año cuando ya asoma el otro. De acuerdo: pero, ¿cuántas cosas hacemos para matar el tiempo?

Impunes de toda impunidad, afrontemos otra vez la jodida pregunta: ¿estamos vivos mientras vivimos?

Veloces para las coartadas, pronto argumentamos: ¡no podemos pasarnos la vida haciéndonos preguntas todo el tiempo! De acuerdo. Pero tengamos a bien considerar que sería peor, una lástima, que nos pasáramos la vida vacíos de preguntas.

Haber nacido, estar anotados en el registro civil, tener documento de identidad, es una cosa. Estar vivos es otra. Pasa como con la democracia: estar empadronados, ir a votar es una cosa. Ser habitantes ciudadanos, participar, comprometerse en los primordiales actos de cada día, es otra.

Las preguntas, si realmente preguntan, son inquietantes, peliagudas, desvelan, insomnian, incomodan. Pero dejarlas para mañana vendría a ser como dejar para mañana la conciencia de estar vivos.

Pasarse la vida aparentando y consumiendo y lavándose las manos y esquivando las preguntas es un crimencito perfecto por el que ninguna ley castiga explícitamente.

Pero en realidad, para ese crimencito de lesa inhumanidad no hace falta cárcel alguna: basta con haberse condenado a ser bien vestidos, reducidos al rol de intestinos eructantes.

En nombre de la cordura, de la prudencia y de la bendita prolijidad, ¿cuántas cosas esenciales, primordiales, dejamos de hacer?



Posdata

Escucho voces airadas: me dicen que la termine de una vez con mi sermón. Tienen razón, me fui al caraxus. Demasiado bla-ble-bli-blo-blu.

No encuentro escapatoria, y para colmo ahora mismo reaparece el viejo Ciruela, que tiene la virtud de asomar en el lugar exacto en el momento menos indicado. Me dice el viejo:

-Rodolfo, esto te pasa por meterte a sermonear. Ahora no le saques el poto a la jeringa. Hágase cargo compañero al menos de una pregunta.

-Hice una punta de preguntas, Ciruela, ¿de cuál me hago cargo?

-Por empezar, de la primera.

-¿Cuál era?

-Vamos, no se me frunza compañero del alma. La primera usted la hizo, usted la sabe.

-Don Ciruela, ¿no podría ser otra?

-No. No podría ser otra. Esta es: ¿cuánto hace que no das un abrazo de repente, sin motivo alguno, sin explicaciones?

-La verdad... hace años que no doy un abrazo de repente, así, sin motivo alguno, sin que sea por una despedida o un encuentro o una Navidad o un Año Nuevo. Tantos años hace...

-Tantos... ¿cómo cuántos, Rodolfo?

-Tantos como mi vida entera. Jamás di un abrazo así.

-Nunca es tarde para el abrazo pendiente.

El viejo Serafín Ciruela, para darme una buena palmada, elige mi hombro del lado del corazón. Y se aleja, pero no demasiado. Sin darse vuelta me dice: "No lo dejes para mañana el abrazo. Mañana puede ser demasiado tarde".



Sigue la Posdata

En este día de un mes del año 2010 después de Cristo he concluido esta nota escribiendo ese "mañana puede ser demasiado tarde". Pero no es la frase final. Sé que debo tomar una decisión para que no sea cierto que a las palabras se las lleva el viento. Ahora o nunca: saldré a la vereda, caminaré hasta la esquina de Corrientes y Esmeralda y allí...

Todo llega. Ya estoy en esta esquina sembrada de humanos que van y vienen, urgidos; es como si todos estuviesen llegando tarde al sitio al que van.

Empiezo una silenciosa cuenta regresiva: en segundos voy a dar un abrazo sin aviso, sin mirar a quién, un abrazo al primero o a la primera que se me cruce. Cierro los ojos, no contaré hasta diez, contaré hasta trece... uno... dos... tres... El corazón, más que latir, me da puñetazos... seis? siete? Qué lenta es la eternidad? nueve? diez? once? Estoy con los ojos cerrados, los abro... doce... trece... Ya suelto mi abrazo y mi abrazo llega a destino desconocido... Ahora abraza mi abrazo ¡así!, ¡¡así!!, a una mujer de unos cincuenta años... Ella salta con un alarido... Madremía, sólo la estoy abrazando... Tratando de calmarla le digo felicespascuas... feliznavidad... shalom... buonnatale... felizañonuevo... felizfindesemana... Mi abrazo termina trizado, partido, desparramado sobre las baldosas... Carterazos, patadas en mis costillas, sangre en mi nariz... Respiro el olor fresco de la sangre y ese olor me lleva a la niñez... Un agente de policía y dos, tres tipos, me inmovilizan boca abajo... Por suerte las baldosas conservan el olor de la lluvia de esta mañana... Escucho lejanas sirenas... se acercan. ¿Qué mundo hicimos que por dar un simple abrazo sin mirar a quién uno se juega la vida, la libertad?

Mis pensamientos son abollados por insultos que brotan desde una increíble cantidad de gente que en segundos se ha ­reunido en círculo. De todo me dicen. Pero no se vaya a creer, no hay unanimidad; hay como dos bandos; los insultos están divididos: unos putean a mi madre y otros a mi padre. Otros, más dulces, más específicos, me dicen "atorrante", "drogadicto", "violador"... El sonido de las sirenas ya es cercano... alcanzo a ver, porque es bajita, el rostro de una nena de unos cuatro años... Me mira bien, una lágrima le está bajando por la mitad de un pómulo... "No te asustés, nena, no llorés, sólo estamos jugando..."

Una ambulancia y dos patrulleros y otro patrullero más... Me suben a la ambulancia... "Cálmese", me dice una doctora. "No teman, está tranquilo, es inofensivo", le avisa la voz del viejo Ciruela, que ha conseguido subir a la ambulancia para acompañarme. El policía le pregunta si es familiar del detenido. Ciruela le responde: "Más que familiar, su álter ego soy".

Masculla un rato la palabra "alterego... alterego...", el oficial. Se saca la gorra y me interroga con voz de interrogatorio:

-¿A qué se dedica?

-A teclear.

-¿Pianista?

-No, escribo y cosas así.

-¿Qué ingirió esta mañana?

-Cafecito.

-¿Y qué más?

-Cuatro vasos de agua en ayunas.

-Sujeto masculino, dígame de una vez: ¿qué tomó?

-Eso tomé. Ah, y un pomelo partido en cuatro.

-¿Puede reconocer lo que hizo?

-Sí, puedo.

-A ver, ¿qué hizo?

-Di un abrazo de repente.

-¿Por qué motivo?

-Sin motivo. Porque sí.

-¿Sabe lo que le espera?

-No sé... Antes de seguir, oficial, una cosa quiero decirle.

-Lo escucho.

-Usted esta mañana desayunó con medialunas.

-¿Y cómo lo sabe?

-Porque en el bigote tiene la cascarita de una.

-Carajo, cómo se dio cuenta.

-Y..., porque lo estoy mirando.

-¿Puedo decirle algo más?

-¡Otra cascarita!

-No, ya no tiene nada. Quería preguntarle si me deja darle un abrazo.

-Un... ¿abrazo...?, ¿Usted a mí?

-Sí, a usted. Un abrazo. Y a la doctora. Y al enfermero.

Ninguno de los tres me responde, no les sale la sílaba del sí, pero se la veo en la mirada. Lo abrazo al policía, lo abrazo al enfermero, ¡a la doctora la abrazo! Ninguno de los tres ofrece la menor resistencia. Tenían sed y no lo sabían.

Y aquí estamos, abrazados. El chofer de la ambulancia ha notado algo extraño, y nos mira por el espejito. Frena en seco. Se baja, abre las puertas traseras y sube de un salto: "¡No sean egoístas y conviden!". Y sin más se zambulle.

El abrazo se nos prolonga, otra vez gente de género masculino y de género femenino, amontonada.

Nos miran desde el estupor.

Una señora muy aseñorada lidera y exclama: "¡Esto es el colmo de la degeneración!"

Un señor muy aseñorado, tal vez el esposo, grita al borde del alarido: "¡Esto es el fin del mundo!"

El viejo Ciruela lo corrige: "El principio del mundo es".


Por Rodolfo Braceli

rbraceli@arnet.com.ar

Para conocer más www.rodolfobraceli.com.ar

El autor es poeta, dramaturgo, cuentista, periodista, autor de una veintena de libros, entre otros: El último padre; De fútbol somos; Don Borges, saque su cuchillo porque?; La Misa humana; Vincent, te espero desnuda al final del libro. Para el cine escribió y dirigió el mediometraje Nicolino Intocable Locche. Sus libros más recientes: Perfume de gol y la biografía Mercedes Sosa. La Negra.

Fuente:  Revista La Nación.

Hablar en el mismo lenguaje

Una especialista destaca que la escuela debe incluir las nuevas tecnologías


Cree que la inclusión, la equidad, la calidad y la oportunidad de hacer a una escuela diferente se basan en estar más cerca de las necesidades de los chicos.


La coordinadora del Proyecto Tecnologías de la Información y la Comunicación y Educación del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) de la Unesco, María Teresa Lugo, sostiene: "Si los alumnos, que son activos frente a la tecnología, publican y crean contenidos, tienen que desconectarse para entrar en la escuela estamos cortando algo que hoy forma parte del ser joven. Si se los condena a alejarse de su propio mundo, la escuela se vuelve algo menos relevante y así sólo se genera más exclusión".

Además de la digital, para la especialista se genera otra brecha, que es la que se abre entre la escuela y las expectativas de estos jóvenes. Precisó que un proyecto del IIPE concluyó que la mitad de los chicos que abandonan la escuela secundaria no lo hacen por cuestiones económicas sino por el crecimiento de este abismo entre lo que los jóvenes esperan y lo que la escuela les ofrece.

"La escuela tiene que abrirse al mundo de la imagen, a los formatos audiovisuales e incluir dispositivos que permitan la utilización de este lenguaje y, para eso, los docentes necesitan capacitación", señaló. También es, a su criterio, un tema de política educativa: "Es importante que el Estado tome un rol activo en la negociación con las empresas y que las altas inversiones que se hacen vinculadas a la tecnología se piensen más en función de las soluciones y no al revés".

Fuente: La Nación.

martes, 17 de agosto de 2010

Sólo la mitad de los pediatras registran si los padres fuman

Fabiola Czubaj

LA NACION


A pesar de que la mayoría de los pediatras dice que durante la consulta les pregunta a los padres si sus hijos están expuestos al humo del cigarrillo, apenas el 50% consigna la respuesta en la historia clínica de sus pequeños pacientes.

Eso, que parece una omisión menor, pero debería hacerse hasta los ocho años, impide intervenir a tiempo para que los chicos crezcan en un ambiente 100% libre de humo y no desarrollen enfermedades propiciadas por el tabaquismo de sus padres.

"Al estar marcado como problema, en cada consulta el pediatra puede volver sobre el tema y en un minuto hacer una intervención breve: «Lo mejor que puede hacer por la salud de su hijo es mantener su casa y su auto libres de humo de tabaco». Si no lo tiene escrito, en cambio, es más probable que no hable sobre el tema, a menos que el chico tenga una enfermedad respiratoria grave, a partir de la que generalmente casi todos los pediatras se «acuerdan» de preguntarles a los padres si alguien fuma en la casa", señaló a LA NACION la doctora Paola Morello, colaboradora del Area de Prevención del Tabaquismo de la Fundación para la Investigación y la Prevención del Cáncer (FUCA) y miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

Junto con otros especialistas en salud pública, Morello integra un grupo que está trabajando para mejorar el registro de la exposición al humo del tabaco ajeno (HTA). Una nueva encuesta, dirigida por el doctor Julio Kaplan, de la FUCA, revela que los 1126 pediatras consultados consideran que aquella exposición es "un tema de importancia para la salud pública y la salud de los niños", y el 87% considera que hay que indagar sobre ella en la consulta, pero sólo uno de cada dos se toma menos de un minuto para consignarlo en la historia clínica de cada paciente.

Además, apenas el 54% dijo que había leído el Consenso sobre Tabaquismo de la SAP, un documento de once páginas al que se puede acceder vía Internet ( www.sap.org.ar/docs/profesionales/consensos/A5.464-475.pdf ). Allí, el Grupo Tabaquismo de la sociedad científica detalla qué debería hacer un pediatra para abordar la exposición infantil al humo de tabaco de segunda mano. Y entre esas acciones, según la edad del paciente, figuran estrategias para reducir la exposición al humo de tabaco ambiental.



Padre, madre, tío o abuelo

La primera es justamente "registrar en la historia clínica el consumo de tabaco de los padres y convivientes". Le siguen informar "sistemáticamente" sobre los riesgos de esa exposición; fomentar que no se fume cerca de las embarazadas "ni niños de cualquier edad", y motivar y orientar a los padres para que dejen de fumar, entre otras.

"El cómo se pregunta es muy importante; si sólo se les pregunta a los padres, es posible que el médico nunca se entere, si ninguno de los dos fuma, que sí lo hace el abuelo o el tío que vive con ellos. Por eso, la pregunta que debería hacer el médico o que deberían hacerse los padres es «¿Alguna de las personas que viven en la casa fuma adentro?»", agregó Morello, que participó en la encuesta junto con el doctor Bruno Linetzky, también de la FUCA.

Por otro lado, atribuyó el bajo porcentaje de médicos que entregan material informativo a que no está disponible. "Eso era esperable, ya que casi no hay materiales disponibles, salvo algunos folletos «caseros» que prepararon en algunos hospitales (como el Posadas) o algunos pediatras muy motivados", precisó la investigadora.



En el auto, también

Una segunda fuente muy importante de exposición al humo de tabaco ajeno es el automóvil y, como en los hogares, no es suficiente con abrir la ventanilla.

"Los pediatras serían los agentes ideales para difundir la noción de que ventilar no alcanza y de que los desodorantes de ambiente sólo sacan el olor, porque las 4000 sustancias tóxicas del humo (del cigarrillo) se pegan en la alfombra, los tapizados, las colchas, la ropa, y siguen contaminando a los chicos. Por eso, la única manera de proteger a los chicos es no fumando dentro de la casa o el auto", insistió Morello, que presentó los resultados de la encuesta en el V Congreso Argentino Tabaco o Salud.

Hoy, el tabaquismo es considerado una enfermedad pediátrica: el 90% empieza a fumar antes de los 18 y los chicos son la población más perjudicada por la exposición al HTA, que produce otitis reiterada, asma recurrente, eczema, aumento del riesgo de muerte súbita del lactante, trastornos del aprendizaje y caries, además de estar demostrado que eleva el riesgo de tener problemas con las adicciones en la adolescencia y de que sufran de cáncer en la edad adulta.

"El porcentaje de pediatras que contestan que la exposición al HTA es causa del síndrome de muerte súbita del lactante o de enfermedad del oído medio no es del 100%, aunque esos datos están disponibles desde 2006 por lo menos", dijo Morello.

"Los pediatras son importantísimos agentes de salud y si pudieran usar un minuto de la consulta para preguntarles a los padres si fuman, y aconsejarles que el hogar y el auto sean 100% libres de humo, ayudarían mucho a disminuir el número de chicos expuestos al HTA -indicó Morello-. El mensaje para la comunidad es valorar la importancia de los hogares y los autos 100% libres de humo para la salud de los chicos y la familia en general."

Fuente: La Nación.

domingo, 15 de agosto de 2010

El arte de estar presente - Sergio Sinay

Señor Sinay: días atrás caminaba por la calle y veía poca gente feliz. La mayoría iba apurada o gesticulaba, de forma que se notaba que no estaba contenta. A la salida de un colegio vi a varias madres con sus hijos, y la mitad de ellas estaba apurada o sólo simulaba escuchar a su hijo que le contaba las aventuras del día. Pensé que no disfrutamos de la vida como deberíamos. ¿Sabemos el significado de vivir? Creo que lo sabemos, pero nunca nos lo preguntamos.


Juana Martinez



Salimos a un mundo repleto de dudas sin respuestas y nos decimos "hay que vivir cada día como si fuera el último". Intentamos cumplir nuestros deseos y lograr todo lo que nos proponemos. Muchos creen que vivir a pleno es destruirse a uno mismo y a lo que los rodea para aprovechar el momento al máximo. ¿Cómo comprender el verdadero significado de vivir a pleno? Soy alumna de un colegio secundario, tengo 16 años y todos los días veo cómo el mundo se viene abajo y pocos se esfuerzan para que no suceda.

Maria Domitila Dellacha



Existen dos maneras, desde mi perspectiva, de vivir cada día como si fuera el último. Una es vivirlo con la desesperación de quien se lamenta de todo lo que no hizo, de lo que no alcanzó, de lo que no dijo, y se propone repararlo en el plazo de unas pocas horas. Las vivirá con angustia, contra reloj, y, aunque alcance a completar la tarea, quizá no encuentre felicidad, sentido ni paz. Otro modo consiste en vivir ese día con plena presencia en cada minuto. Es decir, estando con quien estamos, haciendo lo que hacemos. Si estás con tu hijo, tu amigo, tu pareja, tu padre, tu madre, tu hermano o hermana, estás ahí; no miras el reloj; escuchas; sientes; dices. Si lees el diario, lees el diario y si comes, comes. El último día no tendría que ser diferente de los otros, si los otros han sido días realmente vividos en el presente, sin huir hacia un futuro que siempre escapa.

Cuando al científico y ambientalista Michael Lerner, que trabaja con personas con cáncer, le preguntaron cómo viviría sus días ante el anuncio del final, respondió: "Pasaría tiempo con gente que valoro, leería libros, escribiría mis sentimientos y pensamientos, escucharía música, no perdería tiempo en urgencias ni en viejas obligaciones y mandatos, aceptaría la pena de saber que es el último día, pero celebraría la belleza, la alegría y la sabiduría". Estas maravillosas palabras bien pueden leerse como un proyecto de vida antes que como una despedida. Quien viva de este modo cada día, no pasará grandes angustias en el último, no habrá dejado la verdadera vida para el minuto final y no andará haciendo desesperados y postergados trámites existenciales justo antes de que le cierren la ventanilla.

El estilo de vida ansioso y urgido que describen nuestras preocupadas amigas Juana y María nace de la confusión entre vivir en el presente y vivir en el instante. El instante es fugaz y sin raíces, viene de la nada y se pierde en el vacío. El presente es el punto de encuentro del pasado (cada paso caminado en la vida) con el futuro (el tiempo hacia donde nuestras potencialidades se proyectan). El presente es móvil, cambiante, rico, plástico; cuando estamos de veras en él, nos impregna, enriquece nuestro mundo emocional, agrega material valioso a nuestra memoria, nos prepara mejor para lo que vendrá. En el instante, en cambio, desaparecemos sin concretar nada, sin dejar huellas, sin estar ni aquí ni allá, ni ahora ni después. Hacemos como que estamos, pero no estamos, prestamos la oreja pero no escuchamos, tragamos sin masticar y, por lo tanto, no nos alimentamos; el hambre (hambre de sentido, de presencia, de significado) nos sigue acosando. Hemos llenado nuestro estómago sin habernos nutrido.

Hacia 2002, el maestro espiritual Ram Dass (quien antes de seguir ese camino fue un connotado profesor de Harvard) escribió un luminoso testimonio, llamado Aquí todavía , luego de un episodio de salud que lo tuvo al borde la muerte. Propone allí el arte de hacer una cosa a la vez, de concentrarnos en lo que de veras importa. Lo que importa, si tengo sed, es beber. Si tengo sueño, es dormir. Si amo, es demostrarlo. Si me hablan, es escuchar. Si necesito, es pedir. Si no sé, es preguntar. "En el próximo sorbo de té, la próxima respiración, el próximo paso, el tiempo no existe", escribe Ram Dass. "Cada vez que vivamos plenamente el momento, sentiremos el alivio de estar en el presente eterno." Parece que una vida plena no requiere de misteriosas ni complicadas recetas ni de ansiosas urgencias.

sergiosinay@gmail.com
Fuente: Revista La Nación. Columna de Sergio Sinay.